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Posse visitó la Casa de Convivencia, para pacientes de Salud Mental

- Noticias del Conurbano Norte - agosto 10, 2016

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Tres historias de vida golpeadas por una enfermedad mental en el pasado, hoy conviven felizmente bajo un mismo techo en San Isidro. Y derrumban el estigma social que el imaginario colectivo construye sobre pacientes con padecimientos mentales.
Así lo sienten Miguel Navarro (56), Alejandro Badano (49) y Nicolás Caballero (32), quienes habitan la Casa de Convivencia en Boulogne: un programa de recuperación social que desde 2007 sostiene con éxito San Isidro, una experiencia única entre los municipios de la Provincia de Buenos Aires.
Mientras comparte una larga y distendida charla -entre mates, facturas y risas- con los pacientes, el intendente Gustavo Posse, de visita en el lugar, afirma: “Me encontré con personas muy inteligentes que estuvieron en neuropsiquiátricos y hoy avanzan en el camino de la reinserción social y laboral”.
La Casa de Convivencia es parte de un convenio que San Isidro firmó en 2005 con el Hospital provincial Colonia “Dr. Domingo Cabred”, ubicado en la localidad de Open Door (Luján). “Muchos municipios participaron de ese acuerdo, aunque San Isidro es el único de la Provincia de Buenos Aires que lo mantuvo”, enfatiza el intendente.
El convenio estableció que cada municipio se comprometa en alquilar una casa para los pacientes, además de brindar contención y seguimiento médico. Y que el Ministerio de Salud provincial aporte una pensión y medicación a los externados.
Pero como retirar los psicofármacos implicaba un riesgo para los pacientes, ya que debían viajar 70 kilómetros hasta Open Door, el Municipio se hizo cargo también de ir a buscar la medicación allí, una vez al mes, con médicos residentes de psiquiatría del Hospital Central de San Isidro.

Miguel, Alejandro y Nicolás
Con características de buenos anfitriones los pacientes sirven café y medialunas a sus invitados: Posse y el Jefe de Salud Mental del Hospital Central de San Isidro, Guillermo Belaga, uno de los artífices de este proyecto.
“No estamos locos como muchos nos estigmatizan”, lanza Alejandro, dueño de un gran sentido del humor. “En la calle veo comportamientos de la gente y pienso que muchos deberían estar acá con nosotros”, bromea. Y cuenta que le gusta ir al gimnasio y estudia computación para reinsertarse laboralmente.
Lejos de la marginalidad y el abandono por el que pasó, Alejandro suma: “Llevamos una vida normal como cualquier ciudadano, nunca tuvimos problemas con los vecinos del barrio. Tenemos una relación excelente entre los tres. Es muy importante el apoyo que nos dan los especialistas médicos del Hospital Central. Así, se puede salir adelante”.
Miguel, el primero que llegó a la casa allá por 2007, está en segundo año del secundario nocturno. “Es tan lindo estar acá que cuido esta casa como si fuera mía. Viví una realidad de mucha confusión y rechazo, pero cuando alguien te cuenta que las cosas pueden ser diferentes y eso sucede todo se vuelve agradable”, asegura.
“Mi desafío es que llegue noviembre y pasar a tercer año”, sueña Miguel, que a menudo sale de la casa para hacer trabajos de pintura. “Siento una gran satisfacción que otra persona confíe en mi trabajo”.
Nicolás (último en llegar a la casa) no tiene padres. Cuando salió de Open Door estuvo viviendo en lo de algunos parientes, pero no había suficiente espacio físico para él. Por medio de la ONG APEF (Asociación de familiares de pacientes que padecen esquizofrenia) llegó a Belaga y rápidamente se adaptó a sus compañeros en la Casa de Convivencia.
Asiste a talleres de carpintería, huerta, computación y cocina. Es de pocas palabras, pero hábilmente emplea aforismos para explicar su realidad: “En esta casa mi vida cambió de la noche a la mañana”, ilustra.
Y sigue: “Los sábados voy a visitar a mis parientes para mantener los lazos familiares. Es que si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Nunca hay que bajar los brazos, porque después de la tormenta siempre sale el sol”.

Finalizado el encuentro, Belaga cuenta que estos pacientes estaban internados en lo que antiguamente se denominaba manicomios, y que el Municipio apostó a que puedan vivir más dignamente en una casa de un vecindario común.
“La Casa de Convivencia es un mensaje muy positivo hacia la sociedad en cuanto a que es posible recuperarse del sufrimiento mental, así como también generar políticas de Estado a favor de la salud mental”, enfatiza el especialista.
No todo es alegría al recibir el alta de internación. “Hay pacientes que sus familias los vuelven a alojar. Pero en muchos casos no tienen dónde ir y justamente es cuando más contención y seguimiento necesitan, ya que continúan medicados”, contextualiza Belaga.
Otra apuesta fuerte del proyecto es que en la casa no haya enfermeras. “Porque de alguna manera estaríamos prolongando el clima hospitalario. Buscamos armar un conjunto de pacientes que puedan estar solos y que ellos mismos sean los responsables de tomar la medicación, por ejemplo. Hay pacto mutuo de respeto entre ambas partes”, asegura,
A diez años de esta iniciativa la idea funciona a la perfección. “Si a estas personas les damos un contexto social de inclusión seguramente tendrán un buen pronóstico”, remata Belaga.



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