
Para quienes no conocían el tema, la propuesta podía sonar infantil pero apenas se cruzaba la entrada, un espacio histórico se abría con atracciones más para grandes que para chicos.
Con entrada libre y gratuita, la recreación histórica de la aldea se hizo en el contexto del primer Torneo Internacional de Combate Medieval, una disciplina que hace poco fue reconocida como deporte y que reproduce -de la forma más parecida posible- un enfrentamiento de esa época. Se trata de una cancha donde están los luchadores y un “árbitro”, llamado Marshall. Adentro, los jugadores se atacan con armas pesadas como hachas o espadas y se defienden con armaduras y escudos. El jugador que toca el piso con un tercer punto de apoyo queda fuera de juego y gana el equipo con el último integrante en pie. No hay límite de tiempo sino que vence quien derriba primero a sus contrincantes.

Para este evento, Argentina fue elegida por primera vez como una de las tres sedes -además de Estados Unidos y Francia- del torneo internacional de Batalla Medieval Histórica (HMB, por sus siglas en inglés). La convocatoria fue un éxito: durante las dos jornadas recibió a más de 150 luchadores de ambos sexos de Argentina, Brasil, Chile y Rusia.
Al aire libre, con un clima ideal que parecía de primavera, la gente recorría stands y disfrutaba de todo el verde alrededor. Adentro del Tattersall los golpes retumbaban y el ruido de las armas contra las armaduras hacía preguntar qué tan peligroso es este deporte. Al costado de la Arena, vestida con su traje amarillo de Marshall (árbitro), Valy Wainer aclaró: “Hay mucha seguridad, hay normas y reglas, las armas no tienen filo, los cantos son gruesos, nada corta ni tiene punta. Hay muy pocas partes del cuerpo descubiertas”.

Sebastián Tagliapietra se acercó con su hijo Baltasar, que llevaba una espada y un escudo y miraba con ojos de asombro a los luchadores que veía pasar: “Es la tercera vez que venimos a un evento como éste, una vez que probás no podés parar de seguirlo. Es una pasión, hay mucho estudio atrás de cada detalle para ver qué elemento se usaba en cada época, cómo puede reconstruirse. Aparte está la propuesta gastronómica y la feria y todo se complementa”.

Después de llevar su donación, Juan Pablo Passini, que fue con sus tres hijos, contó: “Vivimos cerca, vimos los carteles en la calle y pensamos que era un buen programa para pasear un rato y ver algo que normalmente no se ve. No conocíamos nada de todo este mundo y nos pareció muy divertido”. A su lado, de la mano de su papá Juana Passini, de 10 años, agregó entusiasmada: “Hay cosas raras que no vi antes, es como viajar en el tiempo. Es muy divertido, la estamos pasando re bien, espero que se vuelva a hacer porque está muy bueno”.
Con ella coincidió Francisco Blanco, de 20 años, que se acercó desde Vicente López con amigos: “Es una experiencia nueva, es como estar metido en una película como El Señor de los Anillos, que a mí me encanta. Siempre tuve ganas de venir a un evento así pero nunca me animé, esta es la primera vez y me sorprende que haya tanta gente”.
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